Indignado en islandés se dice “reiður”


Que no, que no y que no. Islandia es como una gran Puerta del Sol en el Círculo Polar Ártico. Los indignados islandeses no necesitan tienda de campaña para acampar frente al Parlamento de Reykjavík por dos motivos.
En primer lugar, el fracaso de una acampada en Islandia por las inclemencias climáticas; y por otro lado, por los cauces de participación democrática directa de la que disfrutan los islandeses, que hay que recordar que desde hace muchos siglos tienen la Asamblea democrática más antigua del mundo. Ambos motivos hacen del caso islandés, un caso único donde se hace mucho ruido sin muchas caceroladas.
Un pequeño país, con una serie de recursos limitados que supo crear una economía de libre mercado y un Estado del Bienestar, únicos y compaginables como sólo los países nórdicos supieron hacer. Compaginable hasta el divorcio sufrido hace dos años, con la quiebra financiera internacional que azotó a Islandia de una manera calamitosa y no esperada por nadie.
No fueron ni por asomo el Goliat derribado del que se habló porque han sabido hacer las cuentas para salir de la crisis… y menuda manera de hacerlo.
Aún siguen en pleitos con los Gobiernos británico y holandés, que financiaron la deuda de la isla ártica y ahora los propios islandeses se niegan a pagar. Se niegan a pagarla porque no es su deuda: es la deuda de la mala gestión de un Gobierno.
Se negaron a pagarla en el primer referéndum (bien sabido era el resultado, pero los islandeses lo replantean todo vía plebiscito) y lo volvieron a negar por segunda vez. “No queremos pagar vuestra deuda”. Y sigue sin ser pagada.
Poco a poco van saliendo de la crisis. Islandia también fue rescatada por el FMI, también tuvieron recortes sociales e incluso han pedido su adhesión a la Unión Europea porque una economía tan débil no podrá sobrevivir sola tras las heridas mortales que sufrió por las batidas de este capitalismo salvaje del que se estuvo beneficiando su banca durante las últimas décadas.
Paradojas. Pero lo más paradójico, que no se ha atrevido a hacer absolutamente ningún otro país afectado por la crisis, es que los islandeses han denunciado a los presidentes y gestores de las principales bancas del país e incluso están juzgando (“juzgando” que se dice pronto) al ex Primer Ministro, Geeir Haarde, por la incompetente gestión de la crisis, por tener información privilegiada y aún así hacer una mala política económica, llevando a Islandia a la bancarrota y poniendo en peligro la sostenibilidad del país las siguientes décadas.
Es por ello, que el caso islandés es único, y que cada ciudadano islandés puede ser un reiður, un indignado, que lucha por su dignidad y por la de su país.
Quizás su cultura ciudadana sea mucho más avanzada que el resto del continente, quizás los islandeses sean un pueblo espartano y con unos principios intachables, o sencillamente, puede que estas medidas puedan ser únicamente tomadas por un país pequeño de 300.000 habitantes.
No importa analizar las causas de su actitud, sino las consecuencias de sus actos. Sí que se puede actuar de forma cívica y comprometida, solidaria y orgullosa, para poner los puntos sobre las íes y para aplicar la justicia, que al fin y al cabo es algo inherente a cualquier sociedad. A no ser que esa justicia sea demasiado incómoda.

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