De la indignación a la esperanza


La indignación.
Leo de la RAE la definición de indignación: “Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos.”
Luego me planteo si el término que utilizan los medios de comunicación para definir a los espontáneos que irrumpieron en la Puerta del Sol o en otras plazas del país es el término correcto o no: Indignados, ¿contra quién van?, ¿contra qué actos?
Otras protestas que marcaron la historia de este país tenían una cabeza de turco para agitar las banderas de la indignación mucho más claro. Un gobierno concreto, una política concreta, una empresa o una información mal dada.
Indignación contra una ley, contra una mala gestión de una catástrofe, contra un atentado, contra la guerra. Actos irresponsables del Gobierno.
Pero ahora los acampados protestan indignados contra el sistema. Es una amalgama de pareceres, de ideología y de posturas.
¿La solución? La solución la buscamos entre todos, mediante un método de participación directa.
Un ciudadano corriente se puede acercar a Sol, a Plaça Catalunya, La Encarnación, el Obradoiro o a cualquiera de las plazas donde están las protestas para oír las propuestas del pueblo, y es más, pueden subirse a la tarima improvisada y con megáfono en mano, proponer soluciones a los problemas que le indignan.
Aún así quien se acerque también a estos puntos de encuentro oirá discursos vanos y en parte demagógicos, algo que paradójicamente es contra lo que se protesta también. Quien quiera mover a más de una docena de personas ha de elevar un grito cargado de sentimientos primarios (volvemos a la indignación, pero podría ser cualquier otro sentir visceral) y plantear soluciones de linchamiento.
Quitarle el dinero a los bancos, retirar al Rey, proclamar la III República, dividir todos rendimientos financieros entre la clase trabajadora…
El mensaje no es este. No buscamos la destrucción de todo lo que hemos construido, sino su mejora. No buscamos taparnos nosotros destapando al vecino. No queremos más de lo mismo, sea con un altavoz de Sol o con un micrófono en el Congreso. Queremos algo nuevo, y ese algo nuevo ya está sucediendo.
Guste o no, para cualquier demócrata convencido se le puede poner la piel de gallina al ver la acogida de las acampadas. Quien haya dicho que la juventud española ya no tiene valores miente ya que, ¿qué hay más valioso que seguir respetando los valores democráticos que forjaron la historia reciente de nuestro país?, ¿cómo podemos darle un balón de oxígeno a esta democracia si no es saliendo a la calle, exigiéndola, viviéndola?
Esperamos que este movimiento de los indignados del 15-M se traduzca “vehementemente” en un mensaje definido contra “un acto” concreto. Esperamos que este mensaje cruce las fronteras, tal como ha ocurrido en el mundo árabe para otros países de Europa.
Los españoles no tenemos la culpa que una maldita agencia de rating nos baje la nota para que a nuestro Gobierno se le exija hacer una serie de recortes sociales. Somos la ciudadanía las víctimas. Hoy la ciudadanía española, portuguesa, irlandesa, griega… y mañana la italiana, la belga, la húngara, la francesa.
Revolución, democrática, pacífica y europea. Cuatro palabras que nos llenan de esperanza.

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