Ha llamado al cero cero patatero


Cuando el barco está en peligro el capitán pide a la tripulación que arrimen el hombro y tiren por la borda los lastres que pueden llevar a la embarcación al hundimiento.
Las empresas también han de sortear las crisis con medidas ahorrativas extremas que en muchos casos llevan implícitos recortes de costes laborales, entre otros. Estos recortes son impopulares y odiados por todo el mundo. Los dichosos EREs o expedientes de regulación de empleo que tanto afectan a grandes empresas, donde un ERE puede implicar la pérdida de miles de puestos de trabajos de la noche a la mañana.
Es una contracción brusca, pero necesaria, reconozcámoslo, para la supervivencia de la empresa. Por este mismo principio lógico de contracción y ahorro, el Estado y la Administración Pública también están sujetos a recortes de salarios y al cese de algunos puestos de trabajos directos e indirectos, pero todo ello en aras de la supervivencia de toda la organización.
Es, como decimos impopular, pero lógico y legítimo. Algo muy distinto es lo que ahora quiere llevar a cabo Telefónica, la multinacional española de telecomunicaciones líder todavía indiscutible, presente en diversos países y con una plantilla en España de más de 28.000 empleados, ha anunciado que recortará en los próximos tres años a un 20% de su plantilla (nótese que colocamos la preposición “a”), todo ello ante su comité de accionistas de los que dependen los fondos del gigante de la telefonía.
En realidad habría que matizar que dependen de estos accionistas, pero también de los propios trabajadores. Nadie como ellos – como estos últimos- conoce la firma, el método, los servicios y productos. Una empresa de telecomunicaciones ha de ser innovadora: eso es una obviedad, pero esta innovación pasa desde luego por la formación constante de los trabajadores para adecuar su mano de obra a las necesidades de los consumidores y clientes.
De nada sirve echar a la calle a los 5.600 trabajadores sobrantes si a corto plazo hay que contratar a nuevos trabajadores y seguir formándolos. Un gasto innecesario que la directiva de la empresa ha obviado.
Quizás sea una demagogia para apaciguar las inquietudes capitalistas del accionariado, como hace nuestro Presidente del Gobierno con los mercados, pero está claro el planning marcado y no es de muy buen ver.
En 2003 cada acción de Telefónica era pagada a 0,25€ y este año asciende a 1,75€, cantidad que esperan mantener los próximos años, pero eso sí, a costa de los recortes laborales.
Este año los beneficios de la empresa fueron máximos a pesar de la crisis: 10.000 millones de euros. Si bien la deuda de la empresa sigue estando por las nubes y el accionariado se compone prácticamente por medianos capitalistas, sigue siendo la peor de las medidas impopulares que se pueden haber tomado.
Telefónica es inmensamente rentable y tiene otra deuda no tangible con la sociedad española que la diferencia del resto de la competencia. Era una empresa estatal de comunicaciones y sus orígenes –difíciles, costosos y asfixiantes para el resto de los mortales- en su caso fueron promovidos por el capital público década tras década. Impuestos de contribuyentes que aún aguardan la rentabilidad social de este servicio público privatizado.
Salen con ventaja y se abanderan de ser la empresa que más invierten en I+D+i de todo el IBEX35. Una especie de marca nacional “i-beric” que no son capaces de hacer un guiño al país que la vio nacer o al país que la creó, de hecho.
Estos 5.600 trabajadores no van a hacer que el paro aumente mucho más o su mantenimiento hará que se reduzca. Es una cifra ridícula en comparación a lo que aporta esta firma al PIB nacional, pero lo que más hay que lamentar es la falta de solidaridad.
Algunos directivos la han criticado como una medida antipatriótica para España. No es cuestión de volvernos defensores de nuestros colores nacionales ni mucho menos, pero habría que recordarles a nuestros amigos de Telefónica que tienen una responsabilidad triple, hacia sus accionistas, hacia sus empleados y hacia la sociedad general.
En tiempos de crisis hemos de apretarnos el cinturón todos y todas, o por lo menos saber comunicarlo para dejar de ser la empresa de telefonía más odiada por los clientes por enésima vez consecutiva.

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