A Dios rogando y con el mazo dando


Si el estimado lector es un acérrimo defensor de la vieja izquierda, mejor no siga leyendo.
Vivimos ante una situación desequilibrada de exigencias y derechos, en lo que se refiere a la política sindical y sus reivindicaciones. Para ser más exactos, estamos atravesando un amargo momento para la lucha obrera y sus reivindicaciones, y los actores responsables de movilizar al antiguo proletariado no son capaces de incentivar un cambio, llegar a ningún acuerdo, legitimar sus actos, ni mejorar, en definitiva el derecho del trabajador.
Un claro ejemplo es la huelga y en lo que se ha convertido este acto. Hay que llamarla con su nombre: es sólo un acto. La disfrazan de derecho, pero es un acto, para algunos social y para otros de chantaje. Ha sido una gran conquista en la historia democrática de nuestro país. El hecho de que en su día se viese plasmada en la Constitución implicó la apertura de la España social y sindical, necesaria y en auge en su día.
Sin embargo, la huelga utópica de 1978 ha degenerado tres décadas después en ese acto ignominioso que nadie en este país se atreve a poner en duda.
La finalidad de la huelga es la paralización de la actividad productiva en aras del cumplimiento de una reivindicación, mejora o queja del trabajador. El primer fallo es que hay reivindicaciones del comité de empresa que no tienen por qué ser secundadas por toda la plantilla.
Más allá de este pequeño fallo, que se resuelve como tiene que ser, votando, hay otro gran error en el que se han convertido las huelgas: La presión se hace contra el Gobierno nunca contra el empresario.
Una ciudadanía inconformista es bueno para todos. Una élite obrera inconformista no sólo es malo, sino que es demagógico. Hablamos de élite ya que incluso dentro de la clase trabajadora hay unos pocos que deciden por muchos, y es más, hay reivindicaciones que vienen de la capital y que todos acallan como propias sin pensar en las consecuencias.
Volvamos a la huelga contra el Gobierno y la Administración. Aquí estamos ante un acto egoísta y vandálico.
Huelga de recogedores de basura y el ciudadano queda puteado con la peste de las ciudades sin tener ninguna culpa. Huelga de los controladores aéreos y el pasajero queda tirado sin tener ninguna culpa. Huelga de conductores de trenes y el viajero queda hacinado sin poder ir a trabajar y sin tener ninguna culpa.
Hay que fastidiarse que hubiese sido Esperanza Aguirre la única que se atreviese a recordar que este derecho a huelga ha de ser regulado por ley orgánica para evitar la paralización como ocurrió en Madrid con la huelga del Metro. Las fuerzas del orden público, los servicios médicos-urgencias, y los servicios de transporte con toda su estructura han de estar siempre operativos. Lo pagamos todos y tienen una responsabilidad mayor con la sociedad.
Sí, la huelga, aparte de ser únicamente una herramienta para hacer un chantaje al Gobierno, trae consecuencias negativas que a la larga repercuten en otros trabajadores.
Un ejemplo: una huelga de Cercanías, un trabajador no pude ir a abrir una tienda y se pierde media jornada de trabajo. Es una cadena que da empleo a más de 100 personas y ese mes por esa huelga, la empresa ajena al conflicto laboral de los trenes pierde un 2% de facturación. La empresa haciendo números ve conveniente, con los tiempos difíciles que corren, reducir su plantilla en 2 personas como medida de reajuste.
Todas las huelgas, en el momento en que influyen en otros sectores económicos, en otros trabajadores y en otros ciudadanos anónimos, se convierten en actos delictivos.
Todas las huelgas que tienen como finalidad la reducción de la productividad tienen como primera víctima al propio trabajador.
Todas las huelgas que se han hecho hasta ahora no han recogido ningún fruto, salvo el menosprecio y alejamiento de la clase sindical e incluso de la función pública del ciudadano. Los frutos se recogen en la mesa de negociación y sí, hay muchas más medidas de presión que una huelga en la que los piquetes, esos grandes hooligans bolcheviques, acaben haciendo de las suyas. Patético y retrógrado.
No, no me representan, pero por favor, que no nos puteen más, que ya tenemos bastante con levantarnos cada mañana con un 20% de paro.

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